viernes, 18 de diciembre de 2009

LA TRAMPA DEL MÉTODO


Generó sorpresa ver a la novel diputada Alcira Argumedo reconocerse –sin ruborizarse– parte de esa “heterogénea y contradictoria oposición”, ese conglomerado de liberales de derecha, peronistas disidentes, pros, radicales de distinta cepa, procesistas, demócratas progresistas, demócratas mendocinos, algunos socialistas, duhaldistas, etc. A confesión de parte relevo de prueba, diría un abogado.

Lo anterior es más que contradictorio y ello se vincula directamente con la cuestión del método, con esto de que el fin justifica los medios. La conformación de esa alianza parlamentaria –porque eso es lo que es– sólo tuvo por objeto hacerse de alguna presidencia de comisión, creyendo que con eso podrán cambiar de un día para otro la realidad de la Argentina. No saben que lo que están abriendo es la posibilidad de que estos sectores manejen los destinos del Parlamento.
Para nosotros, para quienes hemos hecho todos los esfuerzos posibles para avanzar en la unidad de las fuerzas de izquierda representadas en el Parlamento, para quienes quisimos conformar un bloque grande, fuerte, autónomo y con capacidad para forzar el corrimiento a la izquierda de la agenda y las políticas públicas impulsadas por el Gobierno, la “metodología” que agrupa a esa oposición sólo contribuye a fortalecer las posturas de aquellos que critican al oficialismo por sus aciertos, los que con dilaciones y evasivas se resisten a atacar algunos núcleos duros del poder, los que piensan un país con monopolio comunicacional, sistema previsional privado, liberación de la exportación de materias primas y represión para los que vayan quedando fuera de dicho modelo.
Ahora bien, entendemos que no somos nosotros los dueños de la verdad y, por tal motivo, no buscamos enfrentarnos con quienes actúan según esta estrategia, sino con nuestros verdaderos enemigos. Es por ese motivo que sorprende la nota de Argumedo, su tono, su inquina, su nula vocación de construcción.
La incomprensible ingenuidad con que contribuye a construir un mundo dividido entre kirchneristas y no-kirchneristas es tan difícil de creer como de aceptar. Este surgimiento de un macartismo vernáculo es un riesgo enorme y aparece –como todo macartismo– absolutamente divorciado de la realidad: en un contexto latinoamericano de reposicionamiento de los sectores populares frente a la reacción de la derecha, es el momento para acumular y crecer, no para generar divisiones ficticias que obstaculizan toda posibilidad de avances relativos.
Cuesta no sentir bronca ante ciertos juicios de la novel diputada, difícil no leerlos como un desprecio a los 30 años de lucha ininterrumpida, de defensa de la clase trabajadora, el patrimonio nacional y los recursos naturales, de compromiso inquebrantable, de apuestas en tantos frentes de izquierda y de esfuerzos por construir la unidad de los sectores populares que tenemos sobre nuestras espaldas muchos de los legisladores que ella descalifica. Ella recién se sube a la palestra política y ya forja acuerdos con la derecha, cosa que jamás hicimos los socialistas bonaerenses. Por momentos, asoma cierta falta de humildad en algunas actitudes, como si quien recién desembarca en la arena política tras años de actividad académica no tuviera nada que aprender y, encima, pudiera dar cátedra de ética e ideología.
Tenemos un gobierno que –con contradicciones, vaivenes, debilidades– ha permitido cierta recuperación en temas tan importantes como el rol del Estado en la regulación de la economía, los derechos humanos y hasta en la instalación en la agenda mediática de la cuestión de la distribución de la riqueza. Paralelamente, enfrentamos un reagrupamiento cada vez más marcado y agresivo de la derecha vernácula, que ataca por todos los frentes, que hace constantes esfuerzos por imponer su discurso. Lo hace con Abel Posse, también con el código contravencional de Scioli.
Ante este escenario, las fuerzas progresistas y de izquierda tenemos la responsabilidad histórica de no permitir el avance de la derecha, así como también de profundizar las transformaciones iniciadas en los últimos años. Pero si perdemos nuestro tiempo y energía en una disputa entre nosotros, entonces perderemos todos, y cuando todos perdemos ya sabemos quiénes ganan.
Alguna vez el Che, icono de la lucha armada, le regaló un libro a Salvador Allende, icono de la lucha democrática, y en la dedicatoria le escribió: “a Salvador Allende, quien por otros medios busca lo mismo”. Quizás en estos tiempos, que demandan temple e inteligencia, sería bueno volver a las fuentes. * Diputado nacional. Bloque Encuentro Popular y Social.

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Plaza 24 de Marzo 2001

Plaza 24 de Marzo 2001
Mariano Fernández Martín