Hace un par de semanas la noticia rimbombante de los diarios fue que Giustiniani se presentó a la convención radical de Mina Clavero proponiendo un camino conjunto de ambos partidos para las elecciones de 2009 y 2011. ALIANZA entre la UCR y el Socialismo!
Esta carta, aparentemente brillante, según la líder de la Coalición Cívica, y del ex presidente Duhalde, pretende presentarse como la ampliación de la exitosa fórmula que llevó a Binner a la gobernación de Santa Fe.
Sin embargo en el imaginario de los ciudadanos argentinos resuena a otra experiencia, que más bien terminó en fracaso rotundo. La Alianza UCR- FREPASO, “Juntos somos más”.
Uno podría pensar que las condiciones han cambiado, y sin duda es así. Veamos.
Cuando participamos en la conformación de la ALIANZA UCR – FREPASO (el Socialismo era uno de los partidos del Frente País Solidario, para los que no se acuerden), el radicalismo era un partido político con algunos problemas, pero que aún mantenía un funcionamiento de partido político nacional, mantenía un grado decente de expectativa entre los votantes, gobernaba algunas provincias y muchos municipios. Si bien sabíamos que De la Rua no era un político progresista, suponíamos que el partido radical podía generar algún tipo de control sobre su gestión, que lo acercara a lo que esperábamos de su gobierno.
Por otro lado, los partidos que formábamos el FREPASO llevábamos algunos años de convivencia, complicada por cierto y habíamos cosechado algunos triunfos. Sus principales referentes, Chacho Álvarez y Graciela Fernández Meijide, sostenían un claro discurso de centro izquierda (por lo menos eso nos parecía en aquel momento) que, suponíamos, una vez en el gobierno, se convertiría en acciones.
Y lo más importante: el enemigo al que nos juntábamos para enfrentar era absolutamente nítido, de derecha, mantenía intención de voto, y la única forma de vencerlo era unirse. Menem.
El gobierno de la ALIANZA fue un desastre.
Este desastre es en parte responsable del cambio de situación del radicalismo. Hoy es difícil pensarlo como un partido que genera expectativas. Cuesta pensar que mantiene algún nivel de debate interno mínimamente interesante, superador del desguace que llevó a muchos de sus dirigentes a sumarse a las filas del kirchnerismo (basta leer el documento aprobado en la convención de Mina Clavero para darse cuenta que no están dispuestos de replantearse siquiera los errores). Quedan dirigentes, que para mantener su intención de voto, tomaron caminos diversos, cada uno el que mejor le pareció, con poca articulación interna. Los que tenían chances de ganar fueron con el Frente para la Victoria, los que perdían con la Coalición Cívica. La dirigencia los expulsó, como si eso equivaliera a hacer limpieza, o lavar culpas, y se quedaron con el devaluado sello de UCR. La Convención en la que se realizó el feliz anuncio intentaba tratar esta situación, discutir la posibilidad de una amnistía. Cabría preguntarse si esa “amnistía” es algo más que una mera “jugada electoral” frente a lo que suponen es el debilitamiento definitivo del Frente para la Victoria.
La constitución de una Nueva Alianza parece una huida hacia delante ante la imposibilidad de resolver el problema. No queda claro si en ella entrarían los radicales K o los que participaron en las listas de la CC, o todos, que volverán a ser amigos ante la promesa de gloria futura.
El FREPASO ya no existe. El salto al vacío de su principal referente (consecuente con su forma efectista de hacer política) lo pulverizó. La mayoría de sus cuadros políticos más interesantes están hoy con el gobierno. A otros se los tragó la noche.
El partido socialista al que pertenezco parece encontrarse en una disyuntiva similar a la del radicalismo. Pero la situación tiene sus diferencias. Varias provincias han tomado caminos distintos al que tomó el partido a nivel nacional.
El PS de la provincia de Buenos Aires decidió apoyar a un gobierno que, aun con dificultades, ha reivindicado la política como método y ha puesto en debate los intereses de los ciudadanos. Lo hizo luego de varios meses de debate interno y lo resolvió en un congreso realizado hace más de un año en Junín, con un amplio apoyo de los afiliados. No fue una decisión de los dirigentes.
La fantasía de partido nacional “homogéneo” que el senador Giustiniani ha sabido disciplinar, es la punta de lanza del intento de construcción de esta Nueva Ilusión.
Para ello no piensan en amnistías, recién ahora están en la fase de castigo, expulsando a los dirigentes que tomaron otro camino, e interviniendo a las provincias díscolas.
Por último: el enemigo al que se enfrentan no es Menem. Y aunque intenten demonizarlo, no son tan convincentes como ellos creen. Para enfrentarlo no les queda otro espacio que posicionarse a la derecha, unirse a los reclamos del campo, oponerse a las únicas medidas progresistas que este país ha escuchado en décadas.
El broche de oro de la mágica y brillante propuesta de la Nueva Alianza, es la participación en ella de la volátil líder de una supuesta ideología de la moral republicana que no es tal, Carrió; y la alegría que su anuncio produjo en quien mantiene la cuota de poder del peronismo neo-menemista, Duhalde.
Los partidos políticos se encuentran en una difícil situación, sin embargo parece ser un momento propicio para reinstalar la política como conflicto y debate de ideas. Todo ello facilitado, en parte, por cierta estabilidad económica, siempre amenazada, pero que nos permite discutir otros temas que el riesgo país, el valor del dólar, y los planes trabajar (todos temas que siguen vigentes pero no son lo único que está en juego).
No son tiempos de antinomias fáciles (peronismo-antiperonismo) ni simplemente de decir “o se es oficialista o se es oposición”. Es necesario asumir una postura crítica, en cualquier lugar donde uno esté.
(Y no creer que la política se resume a las encuestas que se difunden por los medios)
Maria Laura Tortoriello
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